Siempre he sostenido que la materia prima en el teatro es la
obra y que los intérpretes, buenos o malos, no pueden alterar su calidad intrínseca.
No intento, al hacer tal afirmación, subestimar o menos valuar el trabajo de
los actores, que muchas veces, con una labor inteligente y brillante, saben
extraer delicados matices que revalorizan, o por lo menos resaltan, los valores
de una producción.
Pues bien: tal convicción se tambaleó seriamente al asistir
a la función inaugural del presente curso en Sala Cabañes. ¿Cómo era posible
que “Joc de taula”, que me pareció, cuando su estreno por Paquita Ferrándiz y
Pedro Gil, una obra ágil, bien construida, hábilmente tramada y desarrollada,
con un diálogo vivo y eficaz, me resultara esta vez deshilvanada, torpe,
reiterativa y pesada como una losa? Cabe deducir que la formación de Manuel
Durán Navarro le hizo un flaco servicio a Enrique Ortembach y a su traductor
Jordi Benet. Lo cierto es que “Joc de taula” resultó más intrascendente que
nunca, huérfana de todo mérito escénico y ayuna por completo de calidad.
Guardaremos, pues, mejor ocasión para elogiar a Concepción Llach, Manuel Durán,
Montserrat Porta, Jorge Serrat, Pedro Gili, Mª. Elena Pastor, Manuel López y
Nuria Gili, desconcertados navegantes de una desarbolada nave perdidos brújula
y timón.
El inmortal drama de José Zorrilla se asomó por primera vez
a las candilejas de la coquetona sala, del brazo de la compañía del Círculo
Barcelonés de San José, de tan grato recuerdo ante este auditorio. Y una vez
más, al conjuro del famoso burlador, el teatro presentó brillantísimo aspecto,
rozando el lleno total. Con lo cual, los elementos del cuadro barcelonés pueden
vanagloriarse de ser una formación eminentemente taquillera.
Tras lo dicho en mi avance a la puesta en escena del
Tenorio, poco debo añadir. Es muy difícil juzgar la famosa producción desde un
ángulo inédito a estas alturas y no es esta ocasión de intentarlo. Quede claro
que “Don Juan Tenorio” me parece obra de gran teatralidad, con tantos yerros y
defectos como se quieran, y que no me disgusta lo más mínimo, antes al
contrario, asistir a su representación. La poda efectuada a su texto, especialmente
en los últimos actos, ha resultado muy beneficiosa. Para una compañía amateur,
las dificultades que el montaje del drama encierra, son considerables. Y el más
difícil es el de la interpretación, por la variedad e importancia del numeroso
reparto. En la imposibilidad de mencionar a todos los actuantes, señalemos el
buen porte de José María Bonet (Mejía), las bien entonadas voces de Felisa Gil
y Carmen Fusted (Lucía y doña Ana), la arrogancia de José Perejoan (Centellas)
y la intención de Isabel Portell (Brígida), dentro de un nivel discreto. Carmen
Trujols y Roberto Valls encarnaron las principales figuras del drama. Dentro de
sus conocidas características, la primera hizo una Inés ingenua y dulce. El
“Don Juan” de Roberto Valls resultó desigual; fue un personaje ora enfático,
ora bravucón, apagado en ocasiones y muy brioso en otros pasajes, no siempre
acorde con las situaciones del drama. Demostró poseer grandes alientos y una
voz que le permitió afrontar con gallardía las escenas culminantes, siendo muy
festejado por el público. Bien presentada y correctamente vestida la obra,
mereció entusiastas aplausos, no siempre en los momentos oportunos, y muy
especialmente en los finales de acto.
+ info – publicat per
17 Novembre de 1964
Joan Torres Picazo (1919-1989)
Memòries i cròniques sobre teatre i radioteatre a Mataró
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